Es el nombre de un Tango, escrito por Celedonio Flores y Carlos Gardel.

A principios del siglo pasado miles y miles de inmigrantes europeos se lanzaban hacia una travesía transatlántica para llegar hasta las prometedoras tierras de América. Unos huían de la guerra, otros de la pobreza, la falta de oportunidades, la persecución política, ideológica o religiosa.

Llegaban por esos años al bullicioso puerto de Buenos Aires todo tipo de personas, de diferente nacionalidad e idioma, de condiciones económicas y niveles de educación diversas, de oficios y maneras de hacer diferentes, huérfanos y de apellidos ilustres. Todos dejaban atrás una vida, una historia familiar, un pueblo, unas costumbres, unos amigos, hermanos, paisajes, puestas de sol, olores, sabores, acantilados, campos y mares que jamás volverían a ver la mayoría de ellos.

Eran tiempos donde la migración era definitiva. El corte, de cuajo. La pérdida, absoluta. La incomunicación, total. Momento de quiebre de la historia, un gran punto de inflexión, donde las densas olas migratorias cambiaron el aspecto, el ser y sentir de la ciudad que crecía vertiginosamente.

En este puerto de Buenos Aires, el último puerto, el más lejano y austral, en este confín desconocido de la Tierra, los inmigrantes europeos que descendían de los barcos se encontraban con los gauchos que habían sido desplazados de la Pampa infinita por el alambrado de los campos y la persecución política que puso fin a su vida nómade y solitaria. Estos gauchos desplazados, sometidos, amenazados, con sus guitarras, con su poesía de payadas, se buscaban la vida en ese suburbio malevo que hechizó a Borges.

Y en el mismo escenario aparecía también la población negra, que hacía los pesados trabajos de mantenimiento en los barcos de ese puerto que magistralmente retrató Quinquela Martín, el amado pintor de La Boca.

Y así, cada cual con su historia, cada uno con sus costumbres, dolores y nostalgias, se encontraron en este mundo negros candomberos con gauchos payadores y europeos de armónica, acordeón y bandoneones. Personas tan diferentes habitando de pronto el mismo espacio pequeño, sucio y apretado del suburbio. Personas que empezaron a trastocar palabras para entenderse y crearon así el lunfardo. Personas que haciendo música juntos crearon una música nueva: el tango.

El tango surge entonces como resultado de este apretujamiento cultural en el puerto de Buenos Aires, de negros, gauchos, italianos, cajetillas y malevos, todos atravesados por un mismo sentimiento de pérdida, todos marcados por la nostalgia de un tiempo ahora inaccesible, que se hacía carne en un amor de juventud, una casa materna o un mítico grupo de amigos que se protegia en versos del desgaste del olvido.

El tango se vuelve así la expresión original de esta tierra pluricultural que es Argentina, la tierra de los brazos abiertos y los acordes más desgarradores.

Por eso, por ser parte de esta historia inmigrante, siempre esperanzada en un futuro mejor, siempre entusiasmada por esa nueva oportunidad que llega, por ese sueño maravilloso por cumplir, por ese destino nuevo que viene a reparar la historia, a cicatrizar la pérdida, a dignificar ausencias y hacernos forjadores de nuestra propia suerte… Por todo eso, es Margot  -primer poema del lunfardo argentino- el nombre de nuestra bodega y el tango la sagrada identidad de nuestros vinos.

La música popular es el alma de los pueblos que canta. Y el vino siempre será su más noble aliado.

Los tangos Margot y Mano a mano

Cuentan la historia de una bella joven que vivía en un conventillo de Buenos Aires a principios del siglo pasado, cuyos deseos de prosperidad le llevaron lejos de su amor de juventud.

Celedonio, el poeta abandonado, herido en su orgullo le dedica apasionados versos que se convirtieron en dos de los más famosos tangos de la historia argentina: Margot (1921, Buenos Aires, Odeon) y Mano a mano (17-12-1927, Barcelona, Odeon).

En la inolvidable voz del mítico Carlos Gardel, la historia de este poeta y campeón de boxeo con la bella y esquiva Margot, logró trascender épocas y fronteras relatando magistralmente la vida de aquel Buenos Aires con charme parisino de los primeros años del siglo XX.

Margot es parte de la historia cultural argentina, es un símbolo que ratifica la lucha de las mujeres para salir adelante y sobrevivir en un siglo dominado por el machismo, la explotación y el abuso en todos los ámbitos de la vida.

Y es en honor a esa desobediencia para vivir, a ese desparpajo de clase, a esa contravención de las normas sociales de su época, que elegimos Margot como nombre e inspiración para nuestra identidad y la de nuestros vinos.